
Hace poco fui a una boda. La novia quería cantarle una canción a su novio y me pidió que la ayudara. Creo que ese fue el momento más romántico de toda la boda. No sólo el novio lloraba sino todos los invitados también. Fue un momento muy emotivo y la gente lo describió como lo mejor de la boda. Y creo que sí lo fue.
Sin embargo, desde un principio la letra de la canción me llamó la atención. Una parte dice: «No se donde acabo ni donde empiezas, se solo que brillo por tu luz».
He ahí mi problema. Muchas mujeres (y por supuesto también hombres) no tienen idea de cuál es su identidad cuando no saben precisamente quiénes son, dónde comienzan y dónde acaban, y dónde comienza la otra persona. Claro, llegamos a ser uno – un solo ser emocional, espiritual y físicamente. Pero no hemos perdido la individualidad. Si yo me pierdo por completo en los brazos de mi amado hasta no tener brillo propio, si ya no existo más y soy una fusión con mi amado sin saber quién soy yo, a dónde voy, qué quiero, qué no quiero, etc., llego a ser una revoltura de alguien. No soy «nadie».
El problema es que no delimitamos quienes somos desde un principio y pensamos que al fusionarnos con la otra persona todo estará bien. Pero ni siquiera Dios nos quita esa individualidad. Él no nos trata como masas, nos trata como hijos individuales. Cada quién tiene sus necesidades, sus diferencias, sus gustos, sus personalidad – y Él nos ama tal cual somos porque nos creó.
He conocido a tantas mujeres que han perdido totalmente su identidad y que, por ello, cuando el marido les falla, ya no saben ni quienes son. Han permitido abuso, maltrato, desconsideración, esclavitud y tantas cosas más porque desde un principio no pusieron los límites adecuados hacia su persona. Hubo cosas que les molestaron, pero no dijeron nada. Fueron admitiendo una serie de comportamientos a pesar de su incomodidad, y después fue una costumbre no fácil de romper. Después salen las heridas, los resentimientos, y los enojos con ellas mismas por no haber podido decir: «Te amo, pero esto no me gusta». Cuando por fin lo quieren hacer, la otra persona no admite el límite ni lo considera como algo serio. Pero jamás es demasiado tarde para decir: «Ya no». Jamás es demasiado tarde para detener un abuso, sea físico o verbal. Jamás es demasiado tarde para poner un límite aunque traiga consecuencias.
El temor más grande de poner un límite es: Me van a abandonar. Por ello tantas personas permanecen en esclavitud y atadas a una situación indigna en la que Dios no las puso. Y claro, terminan culpando a Dios de su malestar. Quizás es un temor real el abandono.
Quizás suceda, pero es tan importante saber quiénes somos, qué queremos, a dónde vamos y qué ejemplo somos para otros. Tantas mujeres permiten el abuso y no se dan cuenta de que sus hijos están aprendiendo eso mismo, o que está bien que sean abusados o que está bien abusar de otros. Eso no es nada sano; es más bien muy grave para la generación que estamos educando hoy. Estos niños serán esposos y esposas de personas que abusarán de ellos, o ellos mismos abusarán de sus parejas. Después de todo ese es el patrón que vieron en casa.
Es muy romántico pensar y leer: Serán una sola carne. Pero no creo que Dios quiso decir que se pierde el ser de la persona en otra. Que se pierde la individualidad y la personalidad. Que se pierde la mente y el espíritu también. El simple hecho de habernos creado diferentes físicamente es evidencia suficiente de que no podemos llegar a ser iguales jamás. Pero en medio de nuestras grandes diferencias podemos unirnos y estar de acuerdo aún en nuestras negaciones. El respeto y el amor nos dan la libertad de decir «no» sin ofender ni rechazar, sin resentir ni lastimar.
Benito Juárez dijo: «El respeto al derecho ajeno es la paz». Y creo que fue algo muy sabio. El derecho de otra persona de decir: «No quiero, hoy no, no me trates así, estoy cansada(o), no puedo, etc.» debe ser respetado y aplaudido por el otro sin ninguna bronca, sin haber heridas. Es su derecho y si es respetado, habrá paz. Pero si hay enojo, ira, contienda, disensión, pleito, etc., ¿cómo entonces habrá paz?
Si alguien te dice «no», no lo sientas como un rechazo personal. No pienses que no te aman. Respétalo. Dale la oportunidad de tener la libertad de decir «no». Cuando existe amor en una relación, no debe haber problemas. El amor te hace aceptar y entrarás en una relación de libertad y jamás de esclavitud. Cuando tengo libertad, puedo decir «sí» y puedo decir «no» sin temor. La misma Biblia nos dice: «Que tu sí sea sí y tu no sea no». Seamos, pues, firmes. Seamos verdaderas y genuinas y no esclavas del temor. Seamos individuos que brillen con la luz de Cristo.
Extraído de Amigas.
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